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Yo Sólo

“Te ayudo” le dije, y acerqué mi mano para sostener la suya y colorear la silueta del oso, un oso rechoncho y feliz, muy simple, pero muy feliz. La tarea debía realizarse con una crayola color verde, sin salirse de la línea que delimitaba el contorno y entonces gritó “¡Yo Sólo!”, al momento que alejaba su mano separándose un poco de mí y de la mesa. Supuse que estaba marcando una línea imaginaria entre nosotros, para demostrar su autonomía.

Re-acomodando su postura sobre la mesa tomó uno de los 11 colores que había sacado de la caja para formar un tren multicolor, como un sonriente arco-iris, la misma forma que tenía la boca del oso rechoncho, feliz y de ojos alegres, que aguardaba paciente su momento de participar.

“Ok, vamos a dibujar de color azul, pero sólo la cara, y después el resto con verde, ¿sale?” dije yo, “Sí”, dijo él.

Los trazos eran firmes, seguros y bruscos, sin dirección, pero tratando de no sobrepasar la línea que marca el contorno de una cara rechoncha y con el brillo de felicidad en unos ojos que se esfumaban poco a poco detrás de cada rayón.

El color cubre la nariz, los ojos y la boca. Conforme avanza, la dureza de los trazos se hace más agresiva, rápida, sin control y comienzan a sobrepasar el contorno, deformando la forma rechoncha del osito feliz, así que con toda la fuerza que me pudo dar mi madurez de adulto, le hablé con un tono entre desesperado y tranquilo “suficiente” y le retiré el crayón…

A lo lejos, en alguna parte imaginaria de la ventana, veo aquellas tardes en que mi hijo y yo éramos inseparables y su sonrisa iluminaba cualquier día, también recordé que YO SOLO es la frase con la que, en diferentes partes del mundo, nos demuestran a los padres que tienen nuevas capacidades y que son capaces de hacer algunas tareas de manera autónoma, sin ayuda de nadie, y específicamente, de los padres.

Uno de los especialistas que ha hablado del tema (desde hace más de 40 años) es el doctor Yadviga Neverovich, quien publicó acerca del comportamiento de los niños de dos y tres años en la década de los setenta:

“El niño, en la medida de sus posibilidades, trata de obrar sin ayuda de nadie. Existe un cambio brusco en todo el carácter… Eso deben tenerlo en cuenta los padres y maestros para comprender sus obligaciones. De otro modo, dejarán escapar la oportunidad de inculcar al niño el deseo de obrar por su cuenta, de vencer las dificultades”.

El especialista dice que, si a un niño le impiden obrar por su cuenta, con el tiempo: “se vuelve indolente, pasivo, no se aparta de la madre, se pone caprichoso si ella le dedica poca atención. Ese niño no sabe hacer ninguna de las cosas accesibles para su edad, ni siquiera entretenerse solo, siempre espera que alguien juegue con él, que lo divierta”.

Los gritos agudos y potentes de mi hijo me arrastraron de mi iluso pasado hasta un presente histérico, en donde me encontraba atrapando los crayones que él lanzaba al aire mientras lloraba, intercalando, de vez en vez, la palabra mágica “Mamaaaaaá”.

Y ahí estaba ella, aunque sólo le faltaba la diadema, las pulseras gruesas que repelen balas y el brillante lazo de la verdad para lucir como Wonder Woman ante una fechoría, lista para atrapar al maleante “Qué pasa aquí” dijo la mamá al tiempo que su pie daba el último paso dentro de la recámara del pequeño Doctor YoSolo.

“¡ Es Papááá !” dijo y continuó llorando. Yo, frente a la mirada interrogante de mi mujer, contorneada por la frase “¿Qué Pasó?” intenté explicarle que estábamos pasando por una fase de YoSolo, que no había ningún problema, que el llanto desbordado no era resultado de algún golpe, pero los gritos agudos de mi hijo y la mirada acusadora al estilo Wonder Woman, me hicieron buscar en la ventana una parte imaginaria, en donde mi esposa, mi hijo y yo, resolvíamos los problemas con una sonrisa.

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